Según el Banco Mundial, la digitalización de procesos estatales podría reducir hasta un 20% de costos burocráticos en países de ingresos medios, liberan do recursos para políticas sociales e inversión pública. Además, una encuesta del Foro Económico Mundial estima que más de 60 gobiernos alrededor del planeta ya están implementando sistemas de IA para análisis de Big Data, identificación de fraudes y planificación urbana. Estas cifras revelan que los Estados comienzan a adoptar soluciones tecnológicas -o se arriesgan a quedar rezagados-.
En Estados Unidos, la propuesta de DOGE busca simplificar la actuación del Estado, recortando trámites e intermediarios, con el cálculo de ahorrar hasta 200 mil millones de dólares en gastos administrativos durante la próxima década. Por otra parte, corporaciones como Palantir AI -liderada por Alex Karp- han mostrado cómo la analítica avanzada puede elevar la eficiencia de las instituciones en áreas como defensa, salud pública o gestión de emergencias.
Karp sostiene que la “política del péndulo” se diluye bajo este escenario: la izquierda que no asuma la transparencia, la innovación y la eficiencia puede perder relevancia histórica, porque la nueva tecnología no espera a que se muevan viejas ideologías.
Las democracias que quieran mantener legitimidad deben adaptarse a estos cambios. De acuerdo con un estudio de McKinsey Global Institute, la IA aplicada a la administración pública podría acelerar hasta en un 40% la resolución de expedientes y aumentar la satisfacción ciudadana en servicios esenciales.
Pero esto exige políticas claras en protección de datos, supervisión ética y un equilibrio entre eficiencia y equidad. La equidad, entendida como la aspiración de la izquierda, no puede ignorar que la transparencia en la gestión y la reducción de la burocracia favorecen también a quienes más padecen la lentitud de los aparatos estatales.
El futuro de la administración pública pasa por la innovación, la mejora continua y la apertura de datos. Implementar estas herramientas con rigor técnico y sentido social permite construir instituciones más resistentes, cercanas y útiles para la mayoría.
Es un momento histórico en el que los gobiernos no pueden refugiarse en la dinámica pendular de ayer; la Inteligencia Artificial está desplazando los ejes del poder y, con ello, redefiniendo la política a un ritmo sin precedentes.
En el siglo XXI, la estabilidad ya no proviene del vaivén ideológico, sino de la capacidad de cada país para adoptar la IA de manera responsable, efectiva y justa. Ese es el nuevo desafío global. Quedarse inmóvil o aferrarse a las lógicas del péndulo equivaldría a pasar de largo ante una transformación que, guste o no, se mueve sin pausa. La izquierda y la derecha que no comprendan esta realidad corren el riesgo de perder su sitio en la historia.