Los episodios políticos en que se desenvuelve una parte del mundo (no todo) demuestran una vez más la teoría del péndulo: derecha – izquierda – derecha – izquierda…
En América Latina, los ejemplos más concretos son Brasil y Argentina. El gigante sudamericano, tras dos gobiernos de Lula y uno de Dilma (este último marcado por el “impeachment” que la destituyó sin terminar el mandato), vio surgir un régimen de extrema derecha, encarnado en Jair Bolsonaro, con un gobierno totalitario, intolerante y concentrador de poderes, cuya intención de reelegirse chocó con el regreso de Lula, elevado a “mártir” tras su detención y condena dentro de la trama de corrupción derivada del caso Odebrecht.
La Casa Rosada, en cambio, tras el predominio de los Kirchner (también señalados por corrupción) tuvo en Mauricio Macri el renacer de una derecha que, pese a las expectativas, no estuvo a la altura y, otra vez, los argentinos confiaron en el peronismo, encarnado en Alberto Fernández, profesor universitario que, casi al terminar su mandato, no ha podido superar la compleja crisis económica y tiene a punto de provocar la llegada al poder de un elemento insospechado: Javier Milei.
Él encarna el personaje antisistema: hace política fustigando a la política, promueve la eliminación de lo público, se dice liberal, ha roto los esquemas aprovechando el desencanto de los argentinos y, tras ganar las PASO, podría hacer historia en las elecciones de octubre.
¿Ecuador entraría la lógica del péndulo? Nuestro caso tiene otros matices. Por un lado, 10 años de correísmo apuntaban a ser 14, de no ser por el inesperado viraje de Lenín Moreno. Y por otro, la llegada de Guillermo Lasso en su tercer intento, encarnando lo opuesto a la Revolución Ciudadana, con una gestión presidencial que claramente fracasó, en gran medida, por errores propios y por carencia de un plan, increíble tras haber buscado el poder por casi una década. El fracaso del gobierno se expresa en la negativa de Lasso a la reelección, tras la muerte cruzada y está expuesto a un juicio político ante la nueva Asamblea, con el alto riesgo de que esta vez sí lo destituya.
La fuerza del correísmo en primera vuelta empieza a insinuar su dificultad de resolver las segundas vueltas al no encontrar aliados y con un voto duro insuficiente para alcanzar el poder. En la elección presidencial de 2021, la derrota correísta luego de ganar la primera vuelta, podría repetirse en este octubre. Si llega a suceder, los 30 puntos de voto duro se empezarán a desgastar. La ausencia de alianzas y acercamientos con ninguna fuerza son la realidad de la Revolución Ciudadana, hasta el cierre de esta edición.
El fenómeno replicaría lo ocurrido en Perú con Keiko y con el propio Fujimori: llegaron en cinco primeras vueltas y les ganaron en todas, hasta esta última que fueron vencidos por el desconocido Pedro Castillo. Encasillados en su propio espacio, la dificultad del correísmo es evidente para generar alianzas o tender puentes. En este nuevo balotaje llega también un candidato insospechado y cuya consistencia político – ideológica no es clara: Daniel Noboa. ¿Si gana el correísmo, volvemos al péndulo? Pero ¿y si gana Noboa?…