En la primera vuelta, el Ecuador vio la “eficacia” de la campaña sucia que pulverizó a un candidato con opción, Otto Sonnenholzner, para que llegue al resultado de la votación con casi la mitad de su intención de voto original. Ante la campaña sucia, las dos candidaturas finalistas deben abordar cómo enfrentarla, tomando en serio aspectos como la conversa digital. Invitamos en esta edición a Gabriella Guerrero para tratar el tema.
¿Qué hacer para ganar un voto?, ¿qué es lo que aprecia realmente el votante? Son algunas de las preguntas que rondan a los comunicadores políticos al momento de pensar en una estrategia que permita el posicionamiento de su candidato. Muchas veces la finalidad principal recae en obtener la victoria a toda costa.
Esta búsqueda del voto ha ocasionado que los candidatos migren por fuera de la ética en campaña, optando por estrategias que les permita obtener votos reales, aunque se deba deslegitimar al contrincante para lograrlo, “los ataques al adversario pueden dedicarse desde desacreditarlo a destruirlo, ya en tono cómico o de calumnia”. El uso de medios virtuales se ha tornado esencial para la difusión de campañas dado su alcance e inmediatez. Ahora, el mayor peligro del uso de estos mecanismos de difusión, sobre todo al tratarse de redes sociales, es que la información compartida carece de sustento y se da paso a las noticias falsas o “fake news”, multiplicando así las opciones de campañas sucias o negativas.
La posibilidad de que la segunda vuelta electoral en Ecuador traiga consigo el uso de campañas sucias es plenamente factible. Ya previamente candidatos en otras contiendas electorales han basado sus campañas en referirse a hechos pasados, acciones generadas por el círculo cercano del otro candidato y hasta temas que involucran su vida personal. “Las campañas sucias en tiempos electorales, son armas utilizadas ante la desesperación que sienten ciertas candidaturas frente a la probable derrota que se avecina”. Esto se puede explicar a través de la teoría de “priming” o “primicias” donde estas campañas negativas terminan siendo medidas que buscan influir en el juicio del votante. Pueden tener un efecto en el electorado como en el caso de México (2018) en el que la campaña contra López Obrador se centró en afirmar que era un peligro para gobernar; sin embargo, tuvo mayor peso las acusaciones hacia su opositor, Felipe Calderón, quien apenas obtuvo el 20,5% tras ser cuestionado por acciones de su cuñado.
Otras campañas sucias pueden tornarse mucho más graves, como el caso del candidato por Centro Democrático a la alcaldía de Toledo (Antioquia – Colombia), Orley García Vásquez, quien fue asesinado durante la campaña (El Tiempo, 2019). Por tanto, el uso de campañas sucias puede terminar causando justo el efecto contrario, más aún si se relaciona con deslegitimación, odio o agresividad contra el otro candidato “(…) la cultura y la comunicación tienen resultados específicos sobre las personas”. De esta manera, una campaña sucia no garantiza el incremento del voto para quien la promueve, por el contrario, puede afectar su imagen pública. Los candidatos deben evaluar muy bien el contexto nacional y decidir su mejor estrategia de campaña para identificar si cabe o no una campaña negativa en búsqueda de incitar la necesidad de un cambio.