Las potencias hegemónicas han buscado desde siempre consolidar y mantener su poder en la otra orilla y, como es obvio, los países emergentes quieren cambiar ese estatus quo o cuando menos no tener una relación de estricta dependencia.
En la actualidad la China continental ha logrado imponer nuevas reglas de juego al consolidarse no solo como la segunda potencia económica y militar en el mundo, sino además como uno de los principales prestamistas de pequeñas y emergentes economías, cambiando tácitamente las reglas prestablecidas por los organismos multilaterales al finalizar la segunda guerra mundial.
El G7 (USA, Canadá, UE, Japón, Australia, Corea del Sur y Nueva Zelanda) conforma lo que hasta ahora se entiende como “la alianza occidental hegemónica”. Pero nació ya su contrapartida geopolítica, los BRICS+ (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) buscando ser la alianza de todas las economías restantes emergentes. Hoy en día controlan ya 1/3 de todo el comercio mundial y, de concretarse nuevos ingresos de países árabes como el de Arabia Saudita, o de la propia Argentina, asegurarían un peso geopolítico cada vez más relevante.
Si bien buscan proyectos, en mi criterio muy irreales, ni siquiera en el mediano plazo como la creación de una moneda común, han logrado posicionar una agenda cada vez más influyente que gana adeptos en el concierto internacional. Esto básicamente porque existe un tema clave en la agenda internacional, que se empieza a manejar ahora de una nueva forma muy pragmática y que tiene a la China como su principal actor disruptivo, las nuevas fuentes de financiamiento.
Es así como en la primera orilla se encuentran todavía los Estados Unidos, la Unión Europa y el resto de sus aliados del G7 que exigen previo al otorgamiento de un préstamo, concesiones y declaraciones por ejemplo muy claras a favor de la democracia o el respeto irrestricto a los derechos humanos. El Banco Mundial o el BID sin irse muy lejos, exigen además condicionamientos muy estrictos en el manejo inmediato de la política fiscal de los Estados receptores de estos préstamos. En la otra orilla, sin embargo, se encuentra ya la China continental que no exige nada de lo anterior, algo muy beneficioso para países populistas o regímenes que se aferran al poder con prácticas alejadas de la carta de Naciones Unidas.
China logra entonces ser disruptivo, las economías emergentes no tienen que seguir ya ciegamente los postulados tradicionales, muchos pagan ahora sus acreencias con recursos naturales no renovables y mostrando un claro apoyo a sus causas prioritarias como no reconocer a Taiwán como un Estado soberano, es el claro caso de países africanos o latinoamericanos.
Los Estados Unidos siguen siendo sin discusión la primera potencia militar, más ahora que Rusia se ha debilitado considerablemente tras su fallida agresión a Ucrania, logran mantener todavía un cerco de bases militares en el Asia pacífico para controlar a China. Lo que ha cambiado es el encuadre de la guerra comercial, que, si bien sigue escalando con China, no se puede desconocer el claro nuevo poder económico del gigante asiático.
Es indispensable que los países pequeños entiendan la importancia del equilibrio en el manejo de la geopolítica y del comercio internacional. Necesitamos nuevas inversiones, más comercio y préstamos, pero debemos trabajar para que no puedan ser los condicionamientos geopolíticos una nueva imposición. El mundo sigue cambiando y el conocimiento en esta materia debe ser vista como una nueva razón de Estado.